Ética 1102 - Sem. 32

 13 al 16 de octubre


RESPONSABILIDAD PERSONAL Y SOCIAL DEL PROFESIONAL DE LA CARRERA ELEGIDA


Evidencias de aprendizaje

Reconoce las responsabilidades de un profesional de la carrera profesional elegida a nivel personal, familiar y social.

Teoría

Responsabilidad profesional. Concepto de responsabilidad. Responsabilidad profesional. Consigo mismo. Con el prójimo. Con la sociedad, Responsabilidad social. Charlatanismo profesional.

No es lo mismo ingresar en el mundo que ingresar en la vida. Cuando aparecemos sobre la Tierra somos incapaces de dirigirnos; y sólo lenta y progresivamente vamos alcanzando las auténticas dimensiones de la conciencia y de la libertad, y aún entonces, debemos reconocer la necesidad de ser conducidos, que subsiste en distintos grados y terrenos durante toda la vida.

Cuando el hombre comienza a hacerse responsable, tropieza con la dificultad de discernir con claridad la dosis de sumisión e independiente afirmación de sí mismo que deben normar sus decisiones frente al general conformismo o inercia impuesta por el medio social y la autoridad. 

Pero en todas las almas, y particularmente en el alma de un verdadero universitario, queda siempre un margen de autonomía intangible e irreductible, por la cual todos somos responsables de nuestras obediencias y de nuestras rebeldías, por más que busquemos un sabio o una autoridad a quien transferir sin reserva y con absoluta confianza nuestra decisión. Y la razón es que todos los hombres se pueden equivocar, y que ese sabio absoluto y esa autoridad no existen. 

El acudir a la autoridad no es medio para librarse de la responsabilidad; pues, tanto el obedecer como el desobedecer a esa autoridad entrañan responsabilidad. Sería absurdo rechazar el criterio de la autoridad, de la sociedad, y de los prudentes consejeros; pero ni el buscar consejo, ni el obedecer, jamás pueden significar el abandono de la responsabilidad. 

Por donde inferimos que la verdadera responsabilidad siempre debe apelar a la propia conciencia en última instancia. 

Sin embargo, la primera acepción es la auténtica; esto es: “la obligación de rendir cuenta de los propios actos,” lo que comporta un deber. 

Si el deber es sentido como obligación, decimos que el sujeto es “responsable.” Si el sujeto no siente nada (por sinvergüenza o por estar en la luna), decimos que se trata de un “irresponsable.” 

La imputabilidad es la simple atribución de un acto a un sujeto determinado. De tal manera, podemos afirmar que la imputabilidad es la reacción social o jurídica ante el deber de conciencia. Si existe deber de conciencia, la imputabilidad es justa y razonable. Si no existe, la imputabilidad es improcedente. 

Por eso la responsabilidad como imputabilidad de una acción, puede ser definida como “la posibilidad de que uno puede ser declarado autor libre de esta acción y sus consecuencias, y que se le puede pedir cuenta.”

La responsabilidad como deber, es la obligación de responder de los propios actos delante del tribunal competente. 

Cuando el tribunal es Dios o la propia conciencia, tenemos la responsabilidad moral. Cuando el tribunal es el Poder Público, tenemos la responsabilidad legal; que a su vez es civil o penal, según, se trate de responder de los actos comunes del ciudadano, o del daño inferido que requiere indemnización o pena por la violación de las leyes. 
Para la verdadera responsabilidad y para la justa imputación de una acción mala se requiere:

a) Que al menos confusamente se haya previsto el efecto. (Así al que desconoce el vino, no se le puede imputar la embriaguez). 

b) Que sea posible no poner la causa o, al menos, volverla ineficaz. (Verbigracia: cuando se tiene el hábito de maldecir, las pocas maldiciones que se escapan no son imputables). 

c) Que se esté obligado a no poner la causa para evitar las malas consecuencias. Donde se cumplen estas condiciones, hay responsabilidad de conciencia, aunque casualmente no se siga el efecto. 

Y ya sabemos que los factores que influencian el conocimiento y la libre voluntad, son los obstáculos que alteran los actos humanos y la responsabilidad; aunque a veces no sea fácil discernirlos ni juzgarlos. Tales son: la ignorancia, violencia, miedo, pasión, antecedente, hábito y enfermedades mentales. También suponemos que nuestros lectores saben distinguir entre los actos voluntarios perfectos e imperfectos, actuales y virtuales, directos e indirectos. 

RESPONSABILIDAD PROFESIONAL. 

La centramos en esa sanción interior de la conciencia, que inclusive puede estar en pugna con la exterior, social o jurídica. Así en las emergencias, por ejemplo, puede aparecer un conflicto entre las leyes o reglamentaciones, y la conciencia profesional. Cuando un médico o ingeniero ocurre velozmente al lugar de un accidente contraviniendo los reglamentos de tránsito, ¡prevalece siempre el dictamen de la conciencia, la sanción interior! 

Toda la conducta práctica de un profesionista debe regirse por esta doble finalidad: 

a) evitar toda falta voluntaria 

b) disminuir en lo posible el número de faltas involuntarias, que son fruto de la debilidad humana, por flaqueza propia o negligencia ajena. 

Y cuando surjan conflictos de orden técnico o social, nada mejor que despojarse de toda presunción, avocarse al estudio de los problemas y tratar de poner en práctica aquel alto principio de valor moral indiscutible: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti mismo.” 

Es también oportuno recordar que el acto voluntario directo es siempre imputado al agente, tanto en la buena como en la mala acción; mientras que el voluntario indirecto (lo que es querido en su causa), aunque no se atribuya al agente si el resultado es bueno, se le atribuirá ordinariamente si el resultado es malo. 

Para no enredarnos en el laberinto de distinciones que encontramos en juristas y moralistas que tratan la responsabilidad profesional, agruparemos brevemente las principales responsabilidades en un orden elemental, recordando una vez más que toda división metodológica es algo arbitraria y se hace para facilitar el orden de las ideas y la fidelidad de la memoria. 

Así clasificaremos las principales responsabilidades profesionales en responsabilidades:

a) consigo mismo; 
b) con los prójimos, 
c) con la sociedad. 

La responsabilidad familiar del profesionista la trataremos en capítulo aparte. La observancia de las tres responsabilidades arriba apuntadas es lo que constituye fundamentalmente la responsabilidad profesional o responsabilidad con la profesión. 

RESPONSABILIDADES CONSIGO MISMO. 

Una lógica elemental conecta las responsabilidades a los deberes. Manteniendo este paralelismo es evidente que la responsabilidad profesional exige en el fuero íntimo de la propia conciencia una fidelidad permanente al triple deber de competencia que estudiamos en los tres primeros capítulos de esta segunda parte. 

En la competencia intelectual subrayamos el doble carácter de la preparación profesional: el técnico y el humanístico. No nos interesa analizar microscópicamente cada debilidad humana. No existe un solo hombre inmune de miserias y debilidades; y sin embargo, la técnica y el humanismo progresan constantemente. 

Lo que positivamente compromete a la técnica y al humanismo, y es una traición a los intereses de la profesión y de la cultura, es la actitud intelectual que adoptan los profesionistas en lo que podemos considerar sus hábitos íntimos, que son los que regulan toda su vida humana. La actitud absurda del que, absorbido por la acción, abandona los libros, esclerosándose paulatinamente en todos los órdenes. Es como apagar la luz para armar una máquina. 

De aquí que no se sepa distinguir la profundidad de la oscuridad. De aquí también la solemnidad ridícula, el lenguaje sibilino, la impermeabilidad al “humor,” abrumarse y abrumar con los mismos clichés mentales. Poco a poco, pero siempre en mucho menor tiempo del que puede imaginarse, desaparece el intelectual y se desvanece toda inquietud o preocupación por la extensión de la cultura filosófica o científica.

Insensiblemente esa actitud, que es el peor astringente de la personalidad profesional, determina una serie de aberraciones. No es que el profesionista sea un hombre del pasado o viva del pasado (lo cual es también una irresponsabilidad); es que se convierte en un invertebrado: ignorante absoluto de ideologías modernas, ignorante de las estructuras fundamentales y del funcionamiento de los mecanismos del mundo actual, totalmente insensible al movimiento de la historia, aislado sistemáticamente de todos los horizontes científicos y sociales, presa incondicional de la propaganda, esclavo de la neutralidad y fetichista de las novedades, por ser “novedades.”

Así queda listo para todas las claudicaciones morales, deploradas tan patéticamente por aquel insigne amigo y académico del Tecnológico de Monterrey, el Lic. Emilio Guzmán Lozano, prematuramente desaparecido... “están alertas para venderse al mejor postor, cuando no contemplan el título profesional como una especie de patente de corso. Poco o nada importan la clase de actividad y sus responsabilidades, la calidad del patrón y sus fines; la lealtad, la fidelidad y el perfeccionamiento profesional también se desvanecen al pobre anhelo de la tarea ordinaria o a la mezquina ambición del dinero.” “Lo material sobre lo espiritual. Quizá ni siquiera esto. La materia, nada más. No lo material en cuanto presupuesto de lo espiritual. Tampoco la conciencia de lo material con lo espiritual. No; la materia, a secas.” 

Y sale sobrando advertir que un individuo de semejante calaña es incapaz siquiera de concebir la competencia física como condición, complemento, o subordinación de la cultura. 

RESPONSABILIDADES CON EL PRÓJIMO. 

Queremos referirnos al que podemos llamar el prójimo profesional: el colega, el colaborador, el cliente, el acreedor. 

Los juristas contemporáneos, refiriéndose a la responsabilidad civil, adoptan los términos de responsabilidad contractual y responsabilidad extracontractual, cuando se trata de los daños causados por el incumplimiento de los compromisos o de los daños originados por un delito o cuasidelito. 

No es nuestra intención substituirnos a los esclarecidos magistrados o juristas que han ilustrado el sistema jurídico de Occidente con la adopción del Derecho Romano y el sereno análisis del Libro Quinto de la “Ética a Nicómaco.” 

Pero hay otra responsabilidad que, si bien no se consigna expresamente en las cláusulas del Derecho Civil, obliga más seriamente al profesionista a revisar su actitud hacia sus prójimos: es la responsabilidad natural hacia la persona.

La persona humana se ha convertido insensiblemente en el centro neurálgico de la moderna economía industrial; no sólo en virtud de preocupaciones o sugestiones morales, sociales y religiosas (como alguien puede suponer), sino que esta transformación se ha operado fundamentalmente por una necesidad económica. 

Si la primera revolución industrial apareció con una fisonomía prevalentemente técnica, esta segunda revolución industrial que se está operando desde hace treinta años presenta una creciente consideración del elemento humano, que ha invadido los campos reservados anteriormente en forma exclusiva al elemento técnico y económico. 

Sería lamentabilísimo que el profesionista no se percatara de este desplazamiento del centro de gravedad de la historia, y no afinara su sensibilidad humana hasta el punto de sentirse permanentemente comprometido por este valor fundamental de la vida. 

Hay en la persona una dignidad intrínseca y substancial, que no está condicionada a ninguna autoridad o legislación, no se disminuye por olvidos, postergaciones o desprecios, no se disuelve por la malignidad del réprobo más execrable, que es forzoso respetar en la medida en que estamos resueltos a mantener incólume la única levadura vital y trascendente de nuestra civilización. 

Sólo la actitud de permanente responsabilidad hacia la persona humana dará al profesionista la exacta dimensión de los méritos del colega, de la fidelidad del colaborador, de las necesidades del cliente y de las justas exigencias del acreedor. 

Y sólo esa actitud escrupulosamente cuidada por la conciencia nos permitirá a todos admirar y aprovechar las grandes enseñanzas que no son exclusividad de las grandes cátedras, sino que provienen constantemente de los humildes y simples, de los obreros y campesinos, de los enfermos e ignorantes, de los indigentes, los niños y los mismos adversarios.

RESPONSABILIDADES DE LA SOCIEDAD.

Queremos puntualizar que no vamos a referirnos a la responsabilidad que surge del puesto que se ocupa en una institución, o de la función encomendada a quien ocupa un puesto público. Esas son responsabilidades que generalmente no se discuten, aunque no hagan perder el sueño a los que deben cumplirlas. 

También se puede analizar la naturaleza o las características de la responsabilidad que asume un profesionista director o gerente de ese cuadro social llamado empresa.

El Ing. Jorge Luis Oria, catedrático de la Universidad Nacional de México, publicó un interesante trabajo sobre este tema en el número 44 de la “Revista de la Escuela de Contabilidad, Economía y Administración del TEC” del mes de octubre de 1959. Creemos que puede leerse con utilidad. 

Pero lo que nos urge destacar es la responsabilidad social que tiene el profesionista por el mero hecho de ser promovido con un título universitario, aunque no esté directamente vinculado ni a la política, ni a la economía, ni a los grupos de presión social, moral o religiosa. 

Decimos que, con antecedencia e independientemente de cualquier actividad, el profesionista universitario tiene comprometida su inteligencia en la opinión y sus energías en la acción, de las cuales depende la recta o desastrosa conducción del pueblo.

Hay una ley muy simple, pero rectora de la psicología popular: el pueblo marcha solo y siempre en pos de alguien que lo guía. Piensa como su periódico o sus libros, y confía ciegamente en sus conductores o caudillos, vivos o muertos, aunque esté convencido de su propia libertad y autonomía. Para que esto se realice, sólo hay que hacer una cosa: convencerlo. Con razones verdaderas o falsas, pero ¡hay que convencerlo!, porque el hombre es un ser racional y sus actitudes o acciones se rigen exclusivamente por razones verdaderas o falsas. 

Siempre habrá líderes de mala fe, mañosos trapisondistas, profesionales del escándalo y expertos en ocultar eficazmente la verdad diciendo siempre cosas verdaderas. Pero también hay líderes espontáneos y sinceros, que no tienen la culpa de su ignorancia y sus errores, y mucho menos de la valiente y a veces heroica decisión con que defienden sus convicciones. Frente a estas razones que gravitan en la desorientación popular, y ante la natural flexibilidad y maleabilidad de las masas, sólo la responsabilidad social del profesionista puede canalizar y darle cohesión a la voluntad popular, que es siempre, en términos sociológicos, quien escribe la historia.

CHARLATANISMO PROFESIONAL. 

Nos toca decir una palabra sobre la responsabilidad de los que no quieren o no pueden mantenerse a la altura de la dignidad universitaria, por el auge que esta lacra va cobrando en el campo profesional.

Es lógico y natural que un profesionista se preocupe de aumentar y capitalizar sus virtudes y sus méritos, porque ese es el mejor título que puede exhibir ante sus clientes. 

Quien, en defecto de unos y de otras, se vale de procedimientos engañosos o indignos (ya sean privados o de intriga, ya sean públicos por medio de las técnicas de difusión, para cazar incautos) merece el calificativo de charlatán y es digno de tacha moral, incurriendo en responsabilidad más o menos grave, según el grado de charlatanismo que practique. 

A veces es la malicia; otras, la vanidad, y casi siempre el lucro lo que determina este fenómeno.

Para simplificar, sólo mencionaremos las formas más comunes dentro de la actividad profesional contemporánea, 

El merolico.

Es el tipo más corriente. Es el que exhibe títulos, cargos o méritos de que carece, y pretende ejercer simultáneamente funciones incompatibles. Su locuacidad es arrogante y jactanciosa, en flagrante contraste con su incapacidad moral y científica. Presume de métodos maravillosos, escamoteando con el secreto y el misterio lo que simplemente es inadaptado o anticuado, cuando no recurre descaradamente a las prácticas mágicas o supersticiosas. Usa un lujo y boato desproporcionado notablemente con su verdadera posición social y profesional. 

El comerciante. 

Es el que condiciona el éxito y la dignidad profesional a los métodos comerciales de publicidad y propaganda. Sus procedimientos preferidos son la publicidad profusa y cantinflesca, mediante anuncios de apariencia comercial en la prensa o en cualquier otro medio de difusión. Las autoalabanzas procuradas diplomáticamente o previo pago de cualquier cantidad a pobres reporteros ocasionales de eventos sociales o congresos científicos. El uso de los modernos medios de difusión, para exhibirse ante el público como mentores de una ciencia que no poseen. (Es la moderna versión de la estafa que recuerda Virgilio en sus célebres “Hos ego versículos feci; ¡tulit alter honores!”) Las placas murales de aspecto comercial, los avisos luminosos en servicios que no son de emergencia nocturna, y la propaganda hecha a base de “sexualidad,” como si se tratara de la Coca-Cola. 

El burócrata. 

Así llamamos al profesionista que rehúye la responsabilidad, diluyéndola indefinidamente o con el retardo del trabajo a desgano, o con la multiplicación inútil de intermediarios en un servicio que debe tener como característica la máxima eficiencia. También incluimos al que, por miedo a la responsabilidad, no la delega jamás, reservándose invariablemente todas las opiniones y decisiones. ¡Dios quiera que no sea todo culpa de la intervención profesional al fenómeno que se multiplica y lamenta constantemente!

Práctica

Resumir el texto en el cuaderno.

Consultar la responsabilidad personal, familiar, social y profesional de una persona profesional de la carrera elegida.

Evaluación 

Enviar el resumen y la consulta por medio de la plataforma classroom.

Preparar el tema para un conversatorio en la clase virtual.